Desde muy joven experimenté un sincero anhelo de trascendencia al que siempre y en todas las circunstancias de la vida he guardado fidelidad, cultivándolo lo mejor que he podido.
Ahora, en la madurez siento que no puedo hacer un disfrute privado de los frutos de aquella aspiración, antes bien, creo que hay que ofrecerlos al prójimo, tanto al conocido como al desconocido, sin esperar más gratificación que la de compartir los bienes en comunidad.