Sospechoso por siempre
Sospechoso por siempre
Luciano S. Zinni
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    SOSPECHOSO POR SIEMPRE


    Ese maldito detective, Robinson, no me quería escuchar, yo le decía la verdad, pero no podía lograr que me creyera. Me comentaba que tenía pruebas en mi contra, que yo iba a acabar en la cárcel con una condena de cadena perpetua.

    Me mantuve firme, estaba diciendo la verdad, de eso no había duda, al menos para mí. Era evidente que lo único que deseaba el detective era cerrar el caso de manera veloz y ágil, pero para eso necesitaba mi confesión, y yo no se la iba a dar. Al parecer necesitaban un chivo expiatorio, no sé cómo llegaron a detenerme, pero estaba muy enojado y deseaba irme de ahí cuanto antes.

    Continuó interrogándome por un largo rato, no tenía libertad para largarme de allí porque me habían detenido. No pensé que requeriría un abogado debido a que yo no había hecho nada, por lo que no pedí la asesoría de uno. Él quería que de mi boca salieran las palabras «yo lo hice», las cuales no iban a fugarse. Intentó todas las tácticas interrogativas que le habían enseñado, y las que no también procuró ejecutarlas, pero yo me mantuve firme, sin cambiar mi respuesta.

    Se retiró de la sala por unos momentos y regresó con una computadora portátil unos segundos después.

    ―Al parecer alguien ha borrado algunos, seguro que has sido tú, pero este servirá de todos modos. Luego de ver el video pensarás dos veces antes de continuar negando el crimen ―dijo Robinson entretanto comenzaba con su reproducción.

    Me quedé con la boca abierta, literalmente. En ese momento pasé a ser yo el no creyente, lo que estaba mirando no era posible. Había visto el crimen en los noticieros, una detonación en la entrada de un supermercado de mi pueblo, producida por algo que aún no se había determinado y que tuvo como resultado la muerte de dos personas. Las imágenes que me mostraba el detective eran de una cámara de seguridad del supermercado, la cual no enfocaba directamente el lugar donde se produjo la detonación, pero sí unos metros al costado. Se veía en forma clara cómo, unos segundos luego de la explosión, la figura de un hombre salía de la nube de polvo. Y eso era lo sorprendente, lo que me había dejado sin palabras, ese hombre yo lo conocía muy bien, lo veía todos los días antes de ir a trabajar, en el espejo del baño. No sabía cómo era posible que yo apareciese en esas imágenes, si me encontraba en un lugar absolutamente distinto a la misma hora, en la sala de estar de mi casa descansando luego de un arduo día en la carpintería.

    ―Esto… Esto es una broma, no puedo ser yo el que está en el video ―dije estupefacto.

    ―Eres tú, no tengas dudas ―contestó Robinson.

    Entendí en ese momento el motivo de mi detención. Podrían haber creído que yo era una víctima más de la explosión de hacía un día y medio, pero, por casualidad, dos días antes de que ocurriera el crimen había comenzado una discusión con el gerente del local porque me habían cobrado varios artículos a un precio mayor del expuesto en las góndolas. Ese pleito verbal acabó en una pelea física, en la cual el hombre sufrió algunos golpes en su cara. Me llevaron a la comisaría a unas cuadras del supermercado, la misma en la que el detective me estaba interrogando, y me retuvieron por unas horas hasta que ingresaron mis datos en el sistema. Robinson me había repetido varias veces ese hecho, pero yo no sabía cuál era la relación con la explosión; con el video empecé a entender por qué me acusaban a mí.

    ―No puede ser que yo sea ese ―continué―. Estaba en mi casa, mirando la televisión cuando ocurrió.

    ―Esta es una prueba contundente, no tienes coartada que te salve de la cárcel.

    ―¡Ustedes me están incriminando, deben haber editado el video para cerrar el caso a cualquier costo y mejorar su pobre reputación!

    ―Así que ahora me acusas de plantar evidencia. ¿No ves lo que pasa? Nada de lo que digas te va a salvar. Te ofrezco un trato por pocos años de cárcel y no lo tomas, deberías llamar a un abogado, él te dirá que debes aceptar el trato.

    ―No me declararé culpable, ¡yo no lo hice!

    ―Entonces irás a juicio y te darán cadena perpetua.

    Luego de sus últimas palabras, el detective se retiró de la sala. No lograba ocultar mi nerviosismo, sabía que lo que veía era imposible, pero aun así, allí estaba. Mi coartada no la podía corroborar nadie más que yo, y mi palabra no iba a ser tomada en cuenta al momento de ver esas imágenes en la corte. De lo único que podía aferrarme era que el móvil del crimen que se me atribuía era débil; yo podría haber estado allí realizando unas compras, sin que la pelea con el gerente tuviera ninguna conexión. Pero mi gran problema era otro, necesitaban limpiar la imagen de los detectives y uniformados de esa comisaría, ya que lo que se comentaba sobre ellos no era nada bueno, que siempre cedían ante el pedido de alguna persona con poder pasando por encima de la ley, y para eso me iban a usar a mí, un simple carpintero, sin familia, que vivía solo.

    Decidí no insistir mucho más sobre que me hallaba en mi casa a la hora que se había producido el atentado, ya que si continuaba de seguro iba a parecer que estaba intentando poner cualquier excusa frente al video. Sabía lo que estaba pasando, pero no encontraba forma de demostrarlo.


    Luego de tanto tiempo que permanecí en la sala finalmente me llevaron a la celda. No tuve otra opción que solicitar un abogado para que me dejaran de interrogar, de otra forma, Robinson continuaría toda la noche, de eso estaba seguro.

    No había pasado ni una hora cuando la persona que me iba a representar arribó al lugar. Era un hombre de pocas palabras para ser un abogado. Abrieron la celda y de inmediato me exigió que me retirara de allí.

    ―Vamos, no tenemos tiempo que perder ―dijo el abogado con tono serio.

    Para mi gran asombro, yo era un hombre libre. No sabía cómo un letrado provisto por el Estado había logrado liberarme tan rápido, no era algo normal luego de que haya presenciado un interrogatorio en el cual me habían asegurado de una forma demasiado confiada que iba a ir a la cárcel por mucho tiempo. Y mis sorpresas no terminaban allí. Al salir de la comisaría me invitó a subir a su auto para acompañarlo a un lugar al que debíamos dirigirnos, al menos eso me explicó. Dudé por unos instantes, pero acepté ya que sentía que me hallaba en falta con él por mi liberación.

    Durante el largo trayecto intenté entablar una conversación para extraerle el destino al que me estaba llevando, pero no tuve éxito, sólo decía que luego se me explicaría todo. Sospechaba de la situación, todo estaba envuelto en una nube gris de misterio. Comencé a sentirme incómodo con la libertad que se me había otorgado.


    El lugar al que me llevó era indescriptible, al menos con palabras conocidas por la mayoría de la gente. Me hizo descender por un ascensor hasta un lugar subterráneo, pero eso no fue lo más sorprendente, sino que fueron los aparatos que se encontraban allí. Eran máquinas extrañas, nada que yo hubiera visto en mi vida. No deseaba averiguar su propósito, ya que presentía que algo tenían que ver conmigo, de otra forma no me hubieran llevado hasta allí sin decirme ni una palabra.

    Un hombre vestido con un uniforme se me acercó inmediatamente luego de que yo hiciera unos pasos dentro de ese lugar. Hablaba con un tono muy particular, era evidente que sabía cómo tratar con personas, como si supiera las exactas palabras que harían sentirme cómodo cuando no lo estaba en lo absoluto.

    Luego de un largo monólogo suyo, me explicó mi cometido; según él, yo podría ser la primera persona en presenciar algo que la humanidad nunca había visto, y que ciertamente cambiaría el futuro de ella. Sus palabras sonaban muy convincentes, mis preocupaciones se habían reducido drásticamente. Había vivido solo durante mucho tiempo, envuelto en una rutina diaria agotadora y monótona. Pero de ninguna manera me iba a dejar llevar, me habían retirado de la comisaría luego de un interrogatorio demasiado fuerte sin que llegara prácticamente a sentarme dentro de la celda, y pretendían que hiciera algo para ellos, quienes no eran de fiar e inspiraban una gran desconfianza en mí.

    Expuse mis pensamientos en contra de realizar tal prueba, a los cuales el hombre uniformado replicó con más y más palabras, pero yo no daba mi brazo a torcer. Mantuvo su sonrisa mientras intentaba convencerme, hasta que se quebró su quietud y reveló su verdadera naturaleza frente a mi postura. El rostro se le transformó por completo, respiró hondo y manifestó su última táctica, una distinta a las otras. Articuló palabras que me inculcaron tal desasosiego que deseé nunca haber pedido un abogado, y haberme quedado en la cárcel. No tuve otra opción que aceptar su propuesta, era evidente que ese hombre nunca había pensado en dejarme ir.

    Unos científicos que invadieron la zona debían terminar de preparar los aparatos antes de comenzar. El abogado había desaparecido y el hombre se quedó junto a mí subrayando verbalmente que no había nada de qué preocuparse respecto a la tarea, que por alguna paradoja de la naturaleza yo había sido elegido para realizarla y que había evidencia concreta de que todo saldría bien. Sus palabras me molestaban un poco, la necesidad de repetirme que me quedase tranquilo era alarmante, pero algo me decía que debía continuar, sentía que era menos peligroso eso que retrasar el procedimiento.

    ―Debes colocarte esto ―dijo el hombre.

    ―¿Eso? ―repliqué algo sorprendido.

    Él había señalado una especie de traje, algo así como una armadura, una muy extraña.

    ―Sí. Eso te protegerá durante la prueba que realizarás.

    Me dirigí hacia donde se encontraba ese traje y dos personas me lo hicieron vestir.

    Observaba a los científicos preparar todo lo necesario, moviéndose de un lado a otro de manera frenética. Uno de ellos se me acercó y me entregó una hoja.

    ―Esto debes guardarlo bien, lo necesitarás ―comentó.

    ―¿Qué es? ―pregunté mientras observaba sin entender lo que había escrito allí.

    ―Allí están detalladas todas las configuraciones de la máquina necesarias para la prueba, recién terminamos de escribirlas, la anterior no estaba completa así que la destruimos.

    No entendía por qué me habían entregado ese papel, por lo que sólo lo doblé y lo guardé, no comprendía nada de lo que estaba pasando, así que aceptaba lo que me decían.

    La puerta de una cámara con forma de esfera se abrió de abajo hacia arriba.

    ―¡Es hora! ―exclamó el hombre a todos los que nos hallábamos allí.

    Me hicieron ingresar dentro de la cámara y sentarme.

    ―Cuando comience la prueba y hagas el salto no entres en pánico ―me comentó con vehemencia el hombre―. El auto al final del estacionamiento no tendrá seguro, súbete y maneja directamente hacia aquí. Cuando llegues a la puerta del ascensor tú reconocerás al hombre, pero él no lo hará, por lo que deberás mostrarle esto ―continuó mientras me colocaba un anillo con un símbolo extraño en mi mano.

    Ellos no me habían contado qué era lo que en verdad estaba pasando allí, sólo me dijeron lo que debía hacer. Tomé nota mental de todo lo que se me había dicho y expliqué que estaba listo. Cerraron la puerta de la cámara, se oyeron ruidos extraños y…


    Una sensación muy fuerte me invadió. Sentí una presión extrema dentro de mi cuerpo, que luego se liberó de repente. No podía abrir mis ojos ya que una nube de polvo me rodeada. Movía mis manos tratando de apartar el aire espeso frente a mi rostro mientras caminaba hacia un lado. Me topé con piezas de la armadura en el suelo, la cual se había destruido por completo. Logré escapar de la polvareda y por fin ver a mi alrededor luego de unos segundos de desesperación. Para mi asombro, ya no me encontraba en ese misterioso lugar, sino que me hallaba en otro totalmente distinto: en el supermercado. La gente me observaba mientras tosía y miraba atónito todo. No sabía qué estaba pasando allí, hasta que vi el gran cartel de bienvenida del comercio, uno en el que se podía mirar la hora y el día. Varios acertijos que resonaban en mi mente comenzaban a aclararse, aunque también surgían otros. El día era el mismo en el que había ocurrido el delito del que se me acusaba horas atrás, al menos desde mi perspectiva. Una persona se me acercó y me preguntó cómo estaba, a lo que le respondí con otra pregunta. Su respuesta me confirmó que era el día de la detonación. Me volteé y observé una vez más la nube de polvo, y concluí que era la misma que se mostraba en el video que había visto durante el interrogatorio, y que yo estaba realizando las mismas acciones que ejecutaba el doble mío allí. De alguna forma, tenía la fuerte sensación de que había vuelto unos días atrás.

    Recordé las palabras del hombre uniformado y me dirigí al último auto del estacionamiento; tal y como lo había dicho, no tenía seguro. Abrí la puerta e ingresé rápidamente. Busqué las llaves hasta que las encontré debajo del asiento, encendí el auto y me marché hacia el mismo lugar que me había llevado el misterioso abogado.

    Arribé luego de un largo viaje, todavía con dudas en mi cabeza algo mareada. Me presenté a la persona que debía llevarme hacia el ascensor, pero, tal y como lo había dicho el hombre uniformado, no me reconoció. Le mostré el anillo y le dije que yo ya había estado allí, aunque luego dudé de que esas palabras hayan contado la verdad, ya que no sabía con seguridad si lo que yo había vivido todavía debía ocurrir, o sí había sucedido pero sólo yo lo sabía, o qué demonios era lo que estaba pasando en realidad. Le describí al hombre con uniforme debido a que no quería hacerme ingresar. Luego de unos minutos de discutir tomó un teléfono y realizó una llamada, la cual no pude oír con claridad, pero que fue la que me permitió utilizar el ascensor.

    Al poner un pie en el mismo lugar donde se encontraban las raras máquinas, dos hombres fueron a mi encuentro y me redujeron. El hombre uniformado apareció también.

    ―¿Quién eres y cómo conoces este lugar? ―dijo.

    ―Soy yo, ¿no lo recuerdas? ―contesté.

    ―No, explica quién eres de inmediato o te irá mal.

    ―¡Soy Ethan! Tú me colocaste dentro de esa máquina y aparecí en el supermercado ¡dos días antes! ¿Cómo es posible eso? ¡¿Qué pasó?!

    ―Espera, ¿dices que para ti hoy son dos días antes?

    ―¡Así es, así es! Hice todo lo que tú me dijiste, mira, aquí tengo el anillo que me diste.

    Mientras le enseñaba el anillo que me había dado él mismo en persona, pero que no lo recordaba, me preguntó sobre cuánto tiempo atrás había aparecido en el supermercado, y luego interrogó a uno de sus científicos para que le especificara cuánto tiempo había estado encendida la máquina. La respuesta me sobresaltó aún más de lo que ya me encontraba, mi aparición había ocurrido casi al mismo tiempo que el encendido de la máquina.

    ―Escúchame atentamente ―comentó el hombre uniformado―. Por lo que estás describiendo podemos concluir que realizaste un salto. Nos gustaría hacerte unos análisis.

    ―Es que… no lo sé, ¿para qué los necesitan? ¡No sé qué pasa aquí! ―exclamé vehemente.

    ―Debes tranquilizarte. ¿A qué supermercado te referías cuando me dijiste que apareciste allí?

    Pensé que él me había enviado ahí, pero al parecer no conocía ese lugar en verdad y por eso me lo preguntaba. Le dije el nombre y la dirección del mismo, y de inmediato les ordenó a unos subordinados que revisen sus cámaras de seguridad. No me sorprendió que puedan hacerlo desde allí ya que la tecnología que tenían parecía estar muy adelantada para lo que yo conocía.

    Me arrastraron hasta una sala con pantallas y comenzaron con la reproducción de los videos de vigilancia del supermercado. Había uno igual al que me había mostrado Robinson en su sala de interrogatorio, pero existían más, aunque el detective había dicho que no. Lo que observaba era increíble, de un momento a otro aparecía yo, salía de la nada, y la onda expansiva de esa aparición o, como lo llamaban ellos, salto, era lo que había generado lo que se creía una detonación erróneamente.

    ―Tenemos evidencia concreta de que el experimento temporal saldrá bien ―comentó el hombre uniformado a sus subordinados.

    ―Pero si ya se hizo ―expliqué.

    ―Desde tu tiempo propio sí, pero nosotros no lo hemos experimentado aún ―dijo el hombre―. Tenemos sólo un problema, tardaremos más de dos días en configurar la máquina para que el salto ocurra al mismo tiempo que te ocurrió a ti.

    ―Creo que puedo ayudar con eso ―declaré.

    Mi hostilidad contra ellos había cesado, eran los únicos que podían ayudarme a entender esa situación y no quería perder esa oportunidad. Además, me encontraba reducido y forcejear empeoraría la situación. Había olvidado la hoja que me habían entregado; introduje mi mano en uno de mis bolsillos y la saqué. Pero me encontré que estaba rota por la mitad, probablemente por el salto que había realizado, por lo que mi ayuda no sería del todo buena. Sin embargo, el hombre de uniforme me la arrebató de repente cuando le dije que allí estaban las configuraciones de la máquina. Se las llevó a sus científicos y ellos explicaron que sí serviría, que el trabajo se reduciría en gran medida y que en dos días la tendrían lista.

    Les conté todo lo que me había sucedido desde que me apresaron en mi casa y me llevaron a la comisaría. El hombre ordenó borrar todas las cintas de seguridad excepto la que yo había visto en el interrogatorio. Llamó a un tal Reeve, alguien al que yo no conocía por su nombre, pero que era la persona que debía hacerse pasar por abogado y sacarme de la cárcel, dentro de casi dos días. Aparentemente tenían contactos en todos lados ya que le explicó que hablara con un hombre en específico para liberarme ni bien llegase el momento de hacerlo, él podía sobrepasar la autoridad de los detectives que me iban a apresar sin problema. Esto confirmaba los rumores sobre la reputación de la comisaría.

    Me preguntaron cada detalle, no querían perderse ninguno ya que podía ocurrir una catástrofe, al menos eso decían. Aunque algunos también comentaban que todo debía ocurrir sin que se forzase nada, debido a que ya me había pasado. Nunca entendí de lo que hablaban en verdad, sólo algo relacionado al tiempo. Parecía que ellos tampoco estaban seguros de lo que iba a pasar, sólo tenían algunas teorías al respecto.

    Les hablé de la armadura, y me sorprendió enterarme que no existía todavía, aunque de inmediato se pusieron a construirla. Me hicieron narrar el momento en que aceptaba hacer la tarea, y eso me puso un poco furioso porque volví a sentir algo de inseguridad. También di detalles sobre el auto en el estacionamiento y todo lo que me pareció relevante.

    Acabé con mi relato y expuse mis deseos de retirarme de allí, no quería continuar siendo su muñeco de prueba, ya había averiguado qué era lo que me había ocurrido y sentía esa sensación de no tener el control de la situación de nuevo. Como era de esperarme, ellos no aceptaron mi salida e intentaron convencerme de que me quedara allí. Yo sabía hacia donde iba la situación, ya había experimentado su forma extrema de persuasión, por lo que comencé a correr hacia la salida cuando ellos menos lo esperaban, pero no logré mi cometido.

    Me detuvieron en una celda que se encontraba en ese lugar subterráneo extraño, en la misma que me encuentro ahora, esperando que se desarrolle todo de nuevo, mi detención, mi liberación, mi salto, mi otra detención, la última podría apostar; y escribiendo esto en forma veloz para que quedase un registro, con el anhelo de encontrarme con mi próximo yo si es que logran realizar todo de la misma manera. Pero algo me dice que se desharán de mí dentro de un pequeño rato, antes de que misteriosamente apareciera el video del supermercado en la oficina de Robinson y éste detuviera a mi otro yo y lo llevara a la comisaría de mi pueblo. Seguro que desapareceré de la faz de la Tierra, así como estas palabras que dejo escritas, y mi próximo yo las revivirá por su cuenta con el mismo anhelo de encontrarse con su próximo él, pero que nunca podrá, porque, por alguna paradoja de la naturaleza, será detenido por un crimen que no cometió, pero cometerá, y se verá envuelto en los mismos acontecimientos una y otra vez, así como yo, y será sospechoso por siempre.

    NOTAS DE AUTOR


    Necesito agradecer, y quiero hacerlo. Esta historia nunca podría haber sido contada sin la ayuda de dos personas a las que aprecio mucho. La primera es mi amada compañera de vida, Sol, que siempre me acompaña y permanece a mi lado. Y la segunda es mi querido amigo, Juan, quien siempre me alienta a continuar escribiendo y que tiene gran importancia en ese maravilloso proceso.

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    OTRAS OBRAS DEL AUTOR


    Les dejo aquí unos fragmentos de otras obras que he escrito:

    TRAGEDIA EN FAMILIA


    El hombre estacionó su pequeño y viejo auto, el cual emitía sonidos quebradizos y molestos al presionar el freno, y poseía partes con óxido repartidas por todo su cuerpo producto de un desgaste de su pintura de color amarillo apagado y sin brillo alguno. El sol se hallaba en lo más alto del nublado cielo dando las doce del mediodía, escondido entre los mantos grises y amenazantes de lluvia.

    Caminó hasta la puerta de su hogar con pasos lentos y algo desganados. Giró la llave en el cerrojo y estiró su mano para cubrir con sus dedos el picaporte, pero antes hizo una pequeña pausa, de unos tristes segundos, acompañada con un suspiro largo y lágrimas que se escapaban de sus ojos cerrados.

    Adentro lo esperaban su esposa y su hija de tres años, personas a las que él amaba por sobre todas las cosas y por las que daría su vida entera buscando que fueran felices.

    Cuando el ruido de la puerta abriéndose se oyó dentro de la casa, la mujer se acercó a recibir a su marido mientras su hija jugaba en la habitación alegremente. Una gran sonrisa jovial resaltaba en ella, pero se desvaneció a una velocidad impensada cuando observó el infausto y contrastante rostro que padecía él.

    El hombre no manifestó sonido alguno, ni gesto, ni saludo; sólo se limitó a mirarla directo a los ojos, entretanto los suyos propios se humedecían cada vez más. Ella captó el mensaje: algo no andaba bien, de hecho, algo andaba muy, pero muy mal. Un abrazo contenedor le surgió de pronto a ella, el cual su esposo replicó con tanta fuerza hasta el punto de casi lastimarla.

    DECAPITADOR


    Mi perro, al que cariñosamente llamé Decapitador, aludiendo con ironía a su incapacidad de cortar cabezas debido a su diminuto tamaño (no era más largo que mi antebrazo), me despertaba moviendo su cola con una alegría descomunal, una que un ser humano nunca poseería, y soltaba su juguete preferido sobre mi pecho, esperando que lo arrojara lejos para ir a recogerlo. A veces me molestaba un poco, ya que su ímpetu no parecía normal, pero lo amaba.

    Yo también tenía una incapacidad: la de salir a la calle. La misma era producto de mi agorafobia, algo de lo que no me sentía orgulloso, pero con la que había aprendido a convivir en forma diaria. Y en eso, Decapitador tenía mucha responsabilidad. Yo sé que no era algo común y corriente que mi perro me hiciera las compras, me trajera los cigarrillos ni que cada tanto me regalara un libro, pero él no era normal, y gracias a su ayuda yo sobrevivía y no moría de hambre, ni de ansiedad, ni de aburrimiento.